Yo soy devota de San Rodrigo. Todas las mañanas prendo una veladora en sus mejillas dormidas, que son mi altar. Luego, salgo al mundo a vivir sola, sin él; y me esmero en sentirme orgullosa de mí misma, para honrarlo a él.
Regreso y entro a mi hogar a través del vano de sus brazos abiertos y extendidos. Dejo mi saco y mis zapatos justo fuera de la comisura de sus ojos sonrientes. Así llego a mi casa todos los días. Cuelgo milagritos en su manto, me desnudo y voy a la cama. Me despierto y me duermo una mujer bendita... y me sorprendo teniendo ganas irresistibles de rezar.
martes, 8 de mayo de 2007
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