martes, 8 de mayo de 2007

El agujero en mi cuello

Despierto una mañana y está ahí, modorro tu recuerdo, como si no existieras, como si te hubiera imaginado. Pero pasa el día y algo siempre me recuerda que aquí estás, que podría tocarte si cruzara el vano tumefacto de tu silencio. Me detengo, me detienes. Ante mi se abre tu laberinto inglés. Mis manos rozan la hierba de las paredes externas unos segundos, entro siempre sin pensar. El paso se cierra detrás de mi e invariablemente me pregunto qué hago aquí, sin mapa, sin guía, sola en ti.

Reconozco las esquinas y los callejones sin salida, recuerdo que anoche te soñé. Por aquí pasaste, hierba entretejida pulsando alrededor mío. De alguna manera sé de los recovecos, y no puedo dejar de pensar en ese hueco por donde se me cuela el viento frío y caliente a la vez, el pedazo que arrancaste de mi cuello aquella noche cuando una nota larga me llevó al sueño.

Parte de mi te acompaña, conoce todos tus caminos porque la traes contigo y no la dejas ir. Pedazo que aprisionas en tus labios para que vuelva aquí, siempre aquí, al acertijo, al fondo, al vacío de ti; sin poder cruzar, sin encontrar el camino.

Qué querrás de mi, de mi que no puedo ofrecerte más que una vena y una pena. La próxima vez que me encuentres, hunde tus colmillos de una vez por todas. No quiero ser inmortal.

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