sábado, 3 de abril de 2010

Día ideal. Vidas pasadas.

03 de julio de 2006
Durante los últimos 3 años he escrito en un cuaderno de hojas recicladas y lomo de piel de Yak, que guarda todos los hallazgos del mapa interno dignos de ser anotados. Cuando lo termine, voy a ir a Nepal.

Ayer decidí que después de tantas anotaciones e ideas era hora de armar el esqueleto de un plan. En este cuaderno he podido por fin anotar un día ideal.

Escribí que mis mañanas las decido temprano con la piel reluciente de penumbra, que mis minutos de modorra son míos recostada a pierna suelta en un futón perfectamente inmenso para mi constitución pequeña y firme. Decido abrazar apretado a mi hombre, haya o no despertado y decido quedarme ahí suspendida de los segundos donde me siento joven y vieja a su lado.

Decido colgarme la ropa suelta, caminar por la calle a la yoga y regresar satisfecha del abrazo amoroso a mi misma. Mis regaderazos los decido tibios y sin detalle, mis desayunos carbohidráticos, mis viajes al trabajo en trance. Mi día laboral lleno de agua, caminatas a la terraza y recetas médicas a los problemas del día. Mi comida de lechuguitas como la tortuga de Mafalda. Mi tarde la decido de lecturas y de asuntos autómatas del trabajo. Si el día se porta mal, saldré temprano y caminaré, solo para recordar que las piernas me funcionan.

Me gustaría empezar la noche acelerando las neuronas unos días, mi ritmo cardíaco otros, o ambos al mismo tiempo, pero todavía no decido qué hacer para lograrlo. El final del día siempre será el mismo: conversación y una cena preparada por un chef autodidacta y una entusiasta pinche.

Ayer me percaté del absurdo de dejar para casi nunca, las cosas que más amo hacer. Con un plan bajo el abrazo, fui a votar y dos cuadras después, fui a pagar mi mes de yoga a las 7 de la mañana.

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