sábado, 28 de julio de 2007

El día que me convertí en mujer

Mejillas húmedas de sudor y dos lágrimas. Bocanadas de aire que no dejan renunciar al aliento, a este cuerpo muerto durante 33 años. Lamento de pulmones de carne redonda y suave que respiran por primera vez. Rosado y magnífico se erige por entre la mucosa encostrada de putas y santas; nuevo, perfecto, sin nombrar. Animal que seduce sin ayuda, sin filtro; atemoriza al hombre, lo condena y lo salva.

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