Dijiste que no.
Por eso te amarré a la silla, para que regreses luego a tu mente sin culpa. Me desnudé pero no me viste. No me quité las zapatillas. Subestimaste el susurro de las uñas sobre la piel, el diapasón de la boca cuando chupa y me odiaste aún a la hora de venirte.
Me desprendí un zapato y te acaricié la rabadilla. A este pie de puta, podrías amarle.
Pero dices
no.
viernes, 19 de octubre de 2007
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